Excompañeros y técnicos hicieron un retrato del hombre que devolvió a Millonarios a la cima.
Detrás de su ceño fruncido puede esconder una sonrisa amplia, como la que regaló el domingo mientras era vitoreado por 37.000 gargantas en El Campín.
De esa voz fuerte, casi con acento castrense, también brota un consejo o simplemente la palabra de aliento cuando la angustia ensordece. Hernán Torres es un tipo de carácter, recio si se quiere, pero termina siempre sometido a la nobleza que dignifica.
Dicen quienes lo conocen, que el genio es gen exclusivo del papá, y la tranquilidad para bajarle pronto a las revoluciones, herencia de la mujer que lo trajo al mundo.
El técnico campeón con Millonarios no se atreve a afirmarlo, pero sí les agradece a ambos que más allá de la educación y el buen ejemplo de hogar, le hayan enseñado a luchar desde niño.
"Cuando se decidió a ser arquero en el colegio San Simón, no era un portento, pero nunca se rendía, se mataba en los entrenamientos y eso lo llevó a ser el mejor del Tolima. Les gastaba sándwich y gaseosa a sus compañeros de clase para que se quedaran dos horas más practicando con él".
Esa muestra de perseverancia la recuerda y pone siempre de ejemplo Álvaro Ariza, uno de sus primeros entrenadores.
Él llevó a Torres a la selección departamental y jamás olvida la forma en que encaró las adversidades, ese hombre criado en el barrio La Francia de Ibagué...
"En un entrenamiento, tuvo un golpe en el dedo corazón y este le quedó más pequeño que el meñique.
Nadie era capaz de ayudarle por lo impresionante, hasta que un muchacho que cuidaba el estadio se lo puso en su lugar. Eso fue un jueves, el sábado jugábamos contra Risaralda. No sé cómo, pero tapó y fue figura".