En Avellaneda, el equipo de Almeyda volvió a ser un desastre en el que solo provocó contagiar a Independiente. Estando 2 a 1 arriba, sin jugar a nada y gracias a la pelota parada, dejó crecer al rival y le terminaron empatando -otra vez- a pocos minutos del final.
Dicen que está instalado, pero esto es River hoy. Es llegar a Avellaneda y que lo avasalle Independiente. Que le conviertan un golazo antes de los cinco minutos de juego y no denote ningún tipo de reacción. Que los centrales se queden parados mirando cómo ponen a prueba la fragilidad de Vega o que un tal Fredes se meta en el corazón del área como si fuera Bochini pero con menos definición, para desperdiciar la segunda caída de River en apenas 12 minutos de juego.
Tres llegadas en doce minutos de juego. Inexplicable, aunque no tanto para el River de hoy. Cómo será que hasta Farías, el nueve que el propio Gallego desprestigió durante la semana, se animó a patear desde cualquier lado, a torear a Bottinelli y Pirez, y a buscar romper su sequía goleadora.
Esto es River hoy. Es jugar a nada, no generar peligro y rezarle a las pelotas paradas. A que Ponzio ponga el centro perfecto, milimétrico, para que alguno se anime a empujarla. A que la jugada preparada salga casi como estaba planeada, o a que la pelota le caiga mansita a Sánchez para que pueda reventarla.
Pero el River de hoy es tan básico, tan falto de sorpresa, que hasta Independiente se anima a remontarle un resultado. Total, el River de hoy nunca desafía al destino, jamás atina a romper con la monotonía del empate previsible o a cerrar un partido.
El River de hoy es apático, no genera expectativa ni entusiasmo. Solo vergüenza y decepciones, mientras la camiseta naufraga sin rumbo ni respuestas. Sesenta partidos y 49 equipos después, Almeyda se demostró incapaz de encontrar un equipo, una línea, una idea. Quizá sea hora de buscar un cambio, tanto adentro del campo como afuera, porque esto que se ve hoy nada tiene que ver con River.